jueves, agosto 28, 2025
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Ritos y Rituales

Por Gabriel Villalba

En Bolivia, la política y la cultura no son esferas separadas: se entrelazan como hilos de un mismo tejido simbólico. Los ritos y rituales que nacen de nuestras raíces —desde la ofrenda a la Pachamama hasta las procesiones religiosas o las fiestas patronales— no solo son expresiones culturales, sino también escenarios donde se negocia y disputa el poder.

En un año de elecciones generales, esta relación se intensifica. Los candidatos se apropian de símbolos culturales para legitimarse: visten el poncho, cargan la wiphala, beben la chicha o se persignan en la misa mayor. Estos gestos, aunque presentados como respeto a la tradición, muchas veces son calculadas puestas en escena para conectar con un electorado que valora la pertenencia identitaria tanto como las propuestas políticas.

Pero el simbolismo no es patrimonio exclusivo de los políticos; también el pueblo lo resignifica. Un voto, un mitin o una marcha adquieren fuerza ritual cuando son vividos colectivamente, con cantos, danzas y banderas. En este sentido, la política boliviana no se limita a los discursos y programas: es también una coreografía de gestos y símbolos que remiten a una memoria común y a una visión compartida —o disputada— de nación.

El desafío está en discernir cuándo estos ritos son auténticos puentes entre cultura y política, y cuándo son meras escenificaciones vacías. Porque en la intersección de lo simbólico y lo político se define no solo quién gobierna, sino cómo se entiende el alma de un país.

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