Por Gabriel Villalba Pérez
El triunfo del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires no es un resultado aislado, sino la respuesta organizada del pueblo argentino frente a un gobierno que, bajo la careta de la “libertad”, intenta reinstalar un modelo oligárquico, financiero y extranjerizante. Javier Milei llegó al poder prometiendo dinamitar “la casta”, pero terminó gobernando con ella, acompañado de personajes reciclados del macrismo y subordinado a los dictados de Washington y el FMI.
La victoria de Axel Kicillof en el mayor bastión electoral del país no solo devuelve aire al peronismo, sino que demuestra que el pueblo trabajador reconoce en el kirchnerismo un dique frente al desguace de la patria. Las urnas hablaron con claridad: frente al desmantelamiento del aparato productivo, la inflación golpeando el bolsillo, y el saqueo de las riquezas nacionales, los bonaerenses eligieron resistir.
El ocaso anticipado del mileísmo
La derrota en Buenos Aires expone la fragilidad de Milei. El supuesto líder antisistema se desmorona como un castillo de naipes frente a la realidad social: despidos, parálisis industrial, recesión y un modelo extractivista que entrega la soberanía al capital extranjero. A ello se suma la crisis moral del régimen, con la hermana del presidente involucrada en escándalos de corrupción que echan por tierra el discurso de pureza ética.
Lo que parecía un fenómeno imparable se ha reducido a un grito hueco, sostenido por marketing político y por la obsecuencia mediática. La calle y las urnas empiezan a desnudar la debilidad del libertarianismo criollo.
El kirchnerismo, a pesar de sus disputas internas y de las heridas abiertas tras la etapa de Alberto Fernández, ha sabido reagruparse bajo la conducción territorial de Kicillof. Su discurso, centrado en la defensa del trabajo, la producción y la soberanía, contrastó con el vacío de Milei, que insiste en recetas neoliberales fracasadas en los años 90.
La victoria en Buenos Aires anticipa un nuevo ciclo: el peronismo vuelve a ocupar el lugar que históricamente le corresponde, como muro de contención frente a los experimentos elitistas que empobrecen y dividen al pueblo.
Este triunfo no es aún la victoria definitiva sobre el proyecto libertario, pero sí marca un punto de inflexión. El kirchnerismo demuestra que sigue vivo, que conserva músculo político y capacidad de movilización. El mensaje es claro: el pueblo argentino no está dispuesto a entregar su destino a un gobierno que desprecia la justicia social y sacrifica la soberanía en nombre de la especulación financiera.
El desenlace de octubre se proyecta con un escenario distinto: Milei herido, la oposición fortalecida y un pueblo que empieza a sacudirse el embrujo libertario para volver a caminar la senda del proyecto nacional y popular.